El Nacional, 3 de abril 2016
Siguen avanzando las primarias presidenciales en Estados Unidos. En el lado demócrata, la matemática del complejo sistema de los colegios electorales estadounidense es rigurosamente favorable para Hillary Clinton, virtual candidata presidencial para enfrentar al partido Republicano. Pero en este partido, la cúpula conservadora maniobra para evitar, con base en esas mismas complejas reglas, la nominación casi inevitable del inefable Donald Trump.
Hasta la fecha ha habido mucho entusiasmo y participación en las primarias republicanas por el efecto movilizador de Trump sobre sectores tradicionalmente abstencionistas que se identifican con su mensaje divisionista, hasta rabioso, xenofóbico y con tintes prejuiciosos y racistas. En su trayecto, Trump ha consolidado una primera minoría o pluralidad del voto que le permitiría alzarse con la nominación republicana, pero que hace difícil imaginarlo elegible en una elección general, por su negativa imagen entre cuatro audiencias claves: las mujeres, los latinos, los afroamericanos y los jóvenes.
Trump se ganó a pulso el rechazo que tiene en estos sectores, por cierto. Dados su excéntrica y agresiva retorica antiinmigrante; su desprecio por el rol de las causas y derechos de la mujer independiente y profesional; y su silencio (seguido por tibio distanciamiento) ante el apoyo que recibió de voceros del KuKluxKlan.
Una encuesta del Washington Post indica que 9 de cada 10 latinos jamás votarían por Donald Trump; y el más reciente estudio de Gallup revela que 7 de cada 10 mujeres tienen una opinión negativa y de rechazo hacia el magnate. En cuanto a los electores afroamericanos, ya el partido republicano había perdido el ascendiente que sobre aquellos tienen los demócratas, así como sobre los latinos, al igual que con la simpatía del voto femenino. Desde la presidencia de Reagan, los republicanos han perdido consistentemente el voto femenino en Estados Unidos, con márgenes que se amplían ante la candidatura de Hillary Clinton, quien se convertiría en la primera mujer presidente después de que un compañero de tolda fuese el primer afrodescendiente en instalarse en la oficina oval de la Casa Blanca.
Increíble secuencia en la conquista de espacios y empoderamiento de ambos sectores de la sociedad. Seguidilla que guarda un paralelo histórico con las luchas para otorgarles a ambos sectores el derecho al voto…una conquista de la que fuera protagonista un partido republicano que ya no existe, ni en Trump ni en su principal rival, el senador Ted Cruz.
Pero uno de los mayores escollos del partido será el voto latino y su incidencia en un Estado clave por la dinámica de los colegios electorales: la Florida. Estadísticamente, es improbable para un republicano alcanzar la Presidencia de Estados Unidos sin conquistar al menos 40% del voto latino en general, y 47% del de Florida, en particular.
Y en Florida la complicación va más allá de la antipatía que despierta Trump en la población hispana. El electorado tradicional y conservador cubano americano,movilizado por su anti-castrismo, ya no domina la escena política de Florida. Como prueba contundente, la terrible derrota encajada allí por el senador Marco Rubio, quien solo alcanzó a ganar en Miami, pero perdió ante Trump por altos márgenes en el resto del estado. Y ambos vieron cómo el voto hispano se desplazó de forma importante hacia la primaria demócrata, específicamente a favor de Hillary Clinton, quien recabó más votos en las primarias demócratas en Florida que los emitidos a favor de Trump o Rubio.
Esto evidencia que el perfil del voto latino en la Florida ha cambiado por un imperativo generacional: los cubanoamericanos de menos de 35 años apoyan mayoritaria y decididamente el viraje de Obama al restablecer relaciones con Cuba. Pero, además, se han incorporado nuevos contingentes de diferentes proveniencias latinoamericanas, con diversos intereses, distantes de aquella agenda tradicional centrada en el anticastrismo. Es el caso de los residentes puertorriqueños en Florida.
En el pasado, cuando pensábamos en el voto boricua, nos restringíamos a Nueva York. Pero como resultado de la crisis económica en la isla, cerca de un millón de puertorriqueños se han desplazado y establecido residencia entre Orlando y Tampa, donde activaron automáticamente su derecho a votar como ciudadanos americanos.
La crisis económica de Puerto Rico no es solo un problema que exige respuestas a nivel federal, también tiene implicaciones políticas, ya que ha cambiado el mapa político electoral de la Florida, un campo de batalla clave tanto en las elecciones presidenciales como para la Cámara de Representantes y el Senado, puestos claves que también están en juego en ese estado.
Es cierto que la deuda de Puerto Rico exige un plan de reformas y ajustes en el gasto de la isla, pero más allá de la racionalización de su política fiscal, el gobierno federal tiene un rol en este asunto. La reordenación del gasto militar, particularmente en la naval, ha tenido consecuencias en la isla; y la competitividad de Puerto Rico frente a otras naciones soberanas en el Caribe también se encuentra limitada por su estatus político-jurídico. Los países vecinos en el Caribe están en capacidad de diseñar alianzas (favorables a las inversiones) con otros países con una libertad de la que no dispone el gobierno de Puerto Rico. Eso exige respuestas que comienzan con reformas puntuales a la ley de bancarrota para permitir la renegociación de la deuda de Puerto Rico bajo el Capítulo 9 de dicha ley, como han hecho exitosamente decenas de ciudades en Estados Unidos, entre ellas Detroit.
Puerto Rico y su gente son parte integral y vibrante de la sociedad estadounidense. El futuro de la isla es importante para todos, pero es un asunto particularmente sensible para ese elector boricua que hoy reside en la Florida. El caso de Puerto Rico, en el contexto del sistema federal americano, es similar en sus magnitudes al de Grecia en la Unión Europea, claro que la fiscalidad y profundidad del mercado de capitales de los Estados Unidos ofrece muchas más posibilidades para resolverlo exitosamente. Es inexplicable que no exista conciencia de ello en algunos integrantes del liderazgo del Congreso y el Senado, particularmente en quienes representan el estado de Florida.
En el liderazgo del partido demócrata en el Congreso se han hecho sentir, con energía y propuestas concretas, las voces del congresista Luis Gutiérrez, así como la senadora Elizabeth Warren.
Hillary Clinton ha presentado ideas y compromisos firmes para resolver esta crisis. Sin embargo, la mayoría republicana en el Congreso y el Senado sigue indiferente. En Florida, el voto hispano es crucial y se movilizará junto con sus hermanos boricuas, hoy sus vecinos, para exigir soluciones. Elegirán a un presidente, a representantes al Congreso y al Senado comprometidos con esta causa, una de varias prioridades en la agenda latina.
La cuestión de Puerto Rico tendrá impacto en la elección del reemplazo de Marco Rubio como senador para la Florida, y en la elección del próximo Presidente de Estados Unidos.
No sería, pues, muy descabellado afirmar que la pequeña isla podría decidir las elecciones en la Florida y, por ese camino, ser clave en la definición del destino del titán del norte.