El Nacional, 22 de mayo 2016
Días difíciles se avecinan para Venezuela. Las soluciones políticas a la crisis no pueden seguir el ritmo del rápido deterioro social y económico. Ya no hace falta exponer cifras y argumentos, la magnitud de la crisis se suda a diario en las calles del país, al punto de que manifestar es una actividad complicada ante el agobio que suponen las múltiples diligencias y recorridos que es preciso hacer para conseguir lo básico (y cuando se consigue, su costo más que duplica el precio pagado un par de semanas atrás). El drama humanitario en materia de salud es tan descarnado que todavía a muchos en el exterior les cuesta entender cómo pudo, una de las naciones con mayor riqueza natural de Latinoamérica, potencia energética no solo por ser país petrolero, sino por sus recursos hídricos y gasíferos, llegar a tan precaria situación, que incluye el espantoso déficit de suministro de energía eléctrica, por efecto de una corrupción atroz.
Nadie da crédito a lo que escucha, pero las imágenes hablan más que mil palabras.
En ese contexto, esta semana escaló la confrontación entre Nicolás Maduro y Luis Almagro, secretario general de la OEA. Sin saber si la voz de Almagro tiene resonancia en el Consejo Permanente de la OEA, y sin poder identificar que algún país miembro de la organización haga solicitud formal ante dicho Consejo, mucha gente escucha… y algunas voces especialmente sonoras en la opinión pública hablan de la activación de la Carta Democrática. La inmensa expectativa que esto ha despertado nos conduce a pensar que este asunto exige una reflexión que nos permita entender cómo se come este plato de la aplicación de la Carta Democrática, asumiendo que fuese posible su concreción.
Si se aplicase la Carta Democrática de la OEA al caso de Venezuela, todo desembocaría en una instancia de diálogo entre gobierno y oposición; específicamente, entre el Ejecutivo Nacional, el Congreso y el TSJ, para encauzar el conflicto en el marco constitucional, previo reconocimiento de ambas partes del conflicto político. Este diálogo podría pasar por acuerdos espinosos, que irían desde la liberación de presos políticos hasta un posible proceso de amnistía y reconciliación en el que se encuentren reflejadas las demandas de ambos sectores, pues hasta ahora el proyecto de amnistía es expresión de las justas demandas del campo opositor.
Finalmente, estaría en la agenda, como ocurrió con la mesa de negociación y acuerdos coordinada por el ex-presidente Gaviria junto al Centro Carter, el asunto crucial del referendo revocatorio, para viabilizar su convocatoria. Y quién sabe si, para cimentar las bases de una transición, lograr garantías electorales en torno a las elecciones regionales.
Si no se diera una instancia de encuentro como la descrita, si el gobierno mantuviese su hostilidad al diálogo ante la invocación de la Carta Democrática, la primera consecuencia sería la exclusión de Venezuela del sistema interamericano. En palabras sencillas, nos expulsarían de la OEA; en cuyo caso, el gobierno podría quedar librado de un compromiso que le estorba tanto como la Constitución.
Sí, amigo lector, la aplicación de la Carta Democrática es, en el mejor de los casos, la base para iniciar un proceso de diálogo y negociación política. No es una fórmula mágica para lograr la salida de Maduro de la Presidencia; y mucho menos, una forma de intervención extranjera de equivalente efectos. Aplicar ese instrumento es entrar en un proceso de negociación, tal como el que en este momento se proponen los ex presidentes Rodríguez Zapatero (España), Leonel Fernández (República Dominicana) y Martín Torrijos (Panamá), con el apoyo de UNASUR y posiblemente del Vaticano. Si se logra ensamblar con fortuna este entramado que apenas comienza, también podría incluir otros facilitadores para cuestiones específicas, pero sobre todo destrancar el camino al revocatorio.
Entonces, ¿por qué no agarrar el rábano por las hojas y comenzar de una vez con esto, en lugar de crear expectativas en torno al periplo de la OEA y la Carta Democrática? Parece lo lógico, lo más sensato, lo que nos podría poner a las puertas del cambio que pide a gritos el país... Sí, pero no es fácil. Es cuesta arriba lograr una simetría entre los morosos tiempos de la política, y lo acelerado y urgente de la crisis económica. Para ello, en el marco de aquel proceso, el país tiene poco tiempo para que un clima de cooperación entre el sector privado y el gobierno, esto último es más urgente. Y, si no se atiende ya, las consecuencias podrían ser irreversibles.
Se avizoran tiempos complejos. Confiemos en que se impondrá la buena fe, la fortaleza de ánimo y las decisiones fraguadas con la vista puesta en el bien de Venezuela. Toda nuestra esperanza está concentrada en las bondades del diálogo y el buen avenimiento entre todos los sectores del gran paisaje nacional.
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