El Nacional, 13 de marzo 2016
Mientras Venezuela transita por una inexplicable crisis económica, tras casi tres lustros de oportunidades perdidas con un petróleo a $100 por barril, se va perfilando un mundo regido por una nueva economía.
Los rasgos que distinguen y definen esa “nueva economía” son, principalmente, la tecnología informática o digital, la ciencia aplicada y la sustentabilidad ambiental o ecológica. Hoy día, los expertos hablan de políticas económicas verdes o economía naranja. Una incitación a todo un nuevo modelo de desarrollo en el cual la antinomia entre Estado y mercado queda superada con la creación de espacios de cooperación y hasta de sociedad para crear ecosistemas de emprendimiento con impacto social.
Veamos esto en el ámbito de lo concreto. Hace pocos años, cuando pensábamos en fotografía, nos ubicábamos en el terreno de la competencia entre Kodak, Nikkon y otros gigantes corporativos. Hoy Kodak, el titán de esos mercados, está en bancarrota acometiendo una reorganización, y hablar de fotografía es pensar en nuestros teléfonos inteligentes e Instagram. A partir de allí, viene todo un encadenamiento de iniciativas y posibilidades en el campo del mercadeo directo.
Hasta hace nada, televisión y prensa regían nuestras vidas, hoy Google es el medio o herramienta de comunicación de contenidos más poderosos que conocemos. Y desde allí surge toda una transformación de esta industria, la del entretenimiento, la educación y la publicidad o mercadeo.
Desde no hacía mucho, nuestra vida se había transformado con la Internet y la computación. Y cuando apenas nos adaptábamos a esa realidad, giramos hacia una nueva realidad digital que irrumpe desde nuestros teléfonos. Poco a poco, la industria financiera, entre otras, muta y nos ofrece medios alternativos de pago y bancarización de la población de menores recursos. Por eso, hoy Google y Apple tienen, a pesar de lo difícil que es creerlo, un valor de capitalización superior al de Exxon/Mobile.
Otros dos ejemplos de esta transformación son la hotelería y el transporte. Ya Expedia había cambiado nuestros paradigmas del mercado del turismo y los viajes, ahora Airbnb es la empresa hotelera con mayor valor de capitalización en el mundo, con una valoración de 25 millardos; y no tiene un centavo invertido en inmuebles o en operaciones hoteleras, como sí es el caso de Marriot, Hilton.
Por senda parecida, Uber es la empresa de transporte público con mayor valor de capitalización (su última valoración se ubica en 62 millardos de dólares) y con alcance global en todo el planeta, sin reflejar un vehículo dedicado a transporte de personas entre sus activos.
Solo para tener algunos puntos de comparación, American Airlines (la línea aérea más grande del mundo) tiene un valor de capitalización de 25 millardos de dólares; y el gigante hotelero Marriot tiene un valor de capitalización de 22 millardos de dólares.
Qué nos dice el modelo Airbnb o Uber. Que con tecnología se puede desarrollar una plataforma de negocios apalancados en las inversiones de capital de otros. En este caso, los carros o propiedades de terceros; y desde allí competir con quienes invierten en activos para prestar esos servicios, abriendo de esta forma una interesante oportunidad de inversión a pequeña o mayor escala para individuos que de otra manera no podrían rentabilizar o monetizar su inversión en una pequeña flota de vehículos (e incluso en un carro), así como en un inmueble.
A partir de allí se habilitan nuevos entornos para el emprendimiento y la inversión. O, simplemente, de empleo o creación de un segundo ingreso familiar.
He allí algunas de las posibilidades que el mundo contemporáneo pone al servicio de las sociedades. Oportunidades que es preciso traer al centro de la reflexión para el desarrollo en América Latina. Porque la base de estas nuevas tendencias es precisamente el capital humano, la inversión en la educación de nuestros pueblos. Algo que por sabido se calla. Y por callado se olvida a la hora de establecer prioridades para alcanzar mayor bienestar de nuestros pueblos.
Estamos hablando de un recurso que jamás se devalúa, sobre todo si lo atendemos y cuidamos: el recurso humano venezolano, que será el que nos sacará del actual foso y el que conducirá al país hasta emplazarlo en las tendencias que hoy procuran hacer del mundo un lugar mejor.
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