El Nacional, 20 de marzo 2016
Esta semana el presidente Obama visitará Cuba y se reunirá con el gobierno, así como con dirigentes opositores y disidentes.
Hace poco más de un año, Obama sorprendió a todo el mundo al anunciar un giro radical en la política exterior hemisférica, restablecer relaciones diplomáticas con la isla antillana y proponer una mayor apertura económica y comercial.
Los sorpresivos anuncios habían sido cocinados lentamente. Eran resultado de un largo y fino bordado de conversaciones en el que se involucraron el papa Francisco, el Vaticano y el gobierno de Noruega, con el apoyo de la diplomacia de México, Canadá y España, en distintos momentos.
La política de ruptura con Cuba era el último vestigio de una política enmarcada en el formato de la ya superada Guerra Fría; y, quizás, uno de los más evidentes fracasos de la política exterior americana, que tras 50 años de confrontación, aislamiento y embargo económico no había logrado cambiar en lo absoluto la situación del pueblo cubano en términos de respeto a los derechos humanos y calidad de vida. En realidad, la política americana estimuló siempre la retórica, facilitó una narrativa política al régimen de los Castro, y posiblemente impidió empoderar a la sociedad civil a través de una apertura económica. Si Estados Unidos tiene relaciones diplomáticas con China y Vietnam, si puede promover un acuerdo de no proliferación nuclear con fines militares con Irán, cómo negarse a una apertura con Cuba.
La iniciativa, como era previsible, tiene su oposición política, particularmente en el liderazgo cubano-americano, que es expresión de las primeras corrientes migratorias que llegaron a Estados Unidos víctimas de la opresión de Castro. Y también genera escepticismo porque aún queda mucho trecho para asegurar las garantías de los derechos humanos y la libertad de expresión de la sociedad civil cubana. Pero es, sin duda, el camino correcto.
El cambio político se puede lograr como consecuencia de un proceso de empoderamiento económico. El consenso en torno a este giro es bipartidista, empresarial y social en Estados Unidos, a pesar de las voces inconformes, principalmente en el Partido Republicano. Por eso fue posible avanzar rápidamente en el intercambio de embajadores y programar esta visita. Según las encuestas, la gran mayoría de los americanos apoya la apertura con Cuba, e incluso más de 66% de los cubano-americanos de la Florida, entre las nuevas generaciones, también respaldan esta iniciativa del presidente Obama.
En los últimos meses los gobiernos de Estados Unidos y Cuba llegaron a un acuerdo de aviación comercial que habilitara 110 nuevos vuelos, ya no solo entre Miami o Tampa y La Habana, sino vuelos directos desde las ciudades de Florida y otros Estados americanos hasta Santiago de Cuba, Camagüey, Cayo Largo, Varadero y otros destinos en Cuba. Y han viajado varias misiones de empresarios, intelectuales, artistas y científicos a Cuba, en búsqueda de oportunidades de negocios, más allá de las licencias de exportación de productos agrícolas que se mantuvieron por décadas como excepción al embargo. En esas visitas se ha logrado hacer un primer inventario de recursos, oportunidades, riesgos y obstáculos, que ha propiciado debates sobre el tipo de reformas legales y estructurales que debe promover el gobierno de Cuba para construir una transición exitosa. A tal punto se ha llegado en estas incursiones que profesionales de la ciencia han detectado potencial interesante en el capital humano en la isla que, con recursos y con el apoyo de programas de investigación bien concebidos, pueden hacer valiosos aportes para el emprendimiento de oportunidades en el campo médico, la biodiversidad y la ciencia aplicada.
Finalmente, está claro el inmenso desafío de Cuba en materia de infraestructura dura y blanda para salir de su actual y calamitosa situación, y del volumen de inversión que ello requiere, que solo puede venir de la mano de empresas extranjeras.
Sea que lo confiese o no, el régimen cubano veía venir la tragedia que hoy asfixia a Venezuela y su gobierno. Se apalancó en los recursos ya no abundantes del petróleo venezolano para ir tejiendo una salida a la profunda crisis que atravesaba la isla tras la desaparición del viejo subsidio soviético y hacer una transición que les permita romper la dependencia del subsidio venezolano. Pero ahora sus posibilidades están estrechamente vinculadas a las reformas económicas. Si las hacen, el proceso será exitoso. De lo contrario, no cristalizará. Pero de abordarse esas reformas, se irá destrabando el proceso político porque ya el turno de los Castro y la generación de viejos líderes de la isla es cosa del pasado por razones que van mucho más allá de las estructuralmente biológicas.
Entretanto, en La Habana están pasando cosas de impacto regional. El proceso de paz colombiano ha sido articulado desde allí. Recientemente, el papa Francisco se detuvo en Cuba, en tránsito hacia México, para sostener un histórico encuentro con el patriarca de la Iglesia ortodoxa rusa. Qué de vueltas da la vida…
La agenda de Obama y Castro está recargada de puntos de interés común, así imperativos del propio interés. Entre ellos, cuestiones vitales para encauzar la relación que apenas comienza. Queda el asunto del embargo, que depende del Congreso. Pero seguro hablarán de la región y del papel que ambos pueden jugar en el desenvolvimiento de problemas de interés común para Estados Unidos y Cuba. Allí está la problemática de Venezuela.
No vale la pena especular ni hacerse mayores expectativas sobre esto. Un encuentro breve, por importante que sea –y lo es–, no definirá el destino de Venezuela. Tan solo puede ser un impulso o aproximación a un punto de partida para decidir cómo entrarle al asunto.
Pero la reflexión que sí debe hacer el gobierno venezolano es que se está quedando solo y rezagado en la región. Una soledad acompañada de dificultadas cultivadas por un modelo económico que ya no existe ni se pretende en la propia Cuba.
Cuando el presidente Obama pise tierra cubana estará fundando un camino cuyos auspicios parecen ser los mejores. Para Cuba. Para Estados Unidos. Y, así lo quieran las fuerzas benéficas de la historia, también para Venezuela.
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