El Nacional, 21 de septiembre 2014
Hablando con un empresario esta semana me decía: “… Estamos a mediados septiembre, pero desde el punto de vista de negocios para mi empresa el año 2014 nunca empezó… y está paradójicamente por terminar”. Es decir, nadie tiene planes, salvo la supervivencia, porque el país no tiene hoja de ruta en lo económico.
Ante esa realidad, el gobierno no puede seguir intentado escapar hacia delante.
La tendencia en los flujos internacionales de Venezuela es terrible. Los vencimientos de deuda externa para 2014 y 2015 representan 198% y 144% del valor total de las reservas internacionales. Eso es 20 veces más que la relación existente entre ambos indicadores en Perú, 10 veces más que en el caso de Colombia, por citar dos ejemplos. La irresponsabilidad de evadir esta realidad tendrá graves consecuencias; y pensar que siempre se puede acusar a alguien para evadirla es infantil.
Primero, el único recurso que tenemos a la mano es nuestro potencial petrolero, pero además de la caída en nuestros volúmenes de exportación realizados a precios internacionales (por falta de inversiones y los compromisos con China o Petrocaribe), se presenta en el mercado internacional una tendencia de estabilización hacia la baja en los precios del petróleo. La presión en el corto y mediano plazo será inmensa, y la proyección a largo plazo muy negativa de no haber una rectificación que permita las inversiones para recuperar la producción petrolera.
En segundo lugar, el tema cambiario y el riesgo político tiene paralizado al país, y crece la dependencia de las importaciones. No hay producción, y cada vez menos dólares para importar.
Y, finalmente, la calificación de riesgo Venezuela bajó de nuevo, colocándose según Standard & Poors en CCC+, la peor de toda América Latina junto con Argentina que es un país en “default”. En consecuencia, se ha desplomado nuestra deuda en los mercados financieros, a valores históricos jamás conocidos. En ese escenario emitir nueva deuda es improbable, salvo a un interés más alto que el actual, que ya coloca el servicio de la deuda externa venezolana como el más costoso del mundo.
En consecuencia, una operación de refinanciamiento en estas condiciones, sin un plan de reformas, agravaría más la capacidad de gestión financiera y fiscal del gobierno. Con esa situación a cuestas, el crédito comercial externo para el sector privado a efecto de avanzar con importaciones que le permitan reponer inventarios también se estrecha y encarece, con lo cual la situación de desabastecimiento puede agravarse.
El costo de esa parálisis lo paga el ciudadano; y hasta ahora el descontento crece, pero lo absorbe solamente Maduro y nadie logra capitalizarlo políticamente hablando. Pareciera que dentro del chavismo habita una operación maquiavélica para mantener intacta la imagen de Chávez junto al capital político de su llamada “revolución”, quemando a Maduro como una mala decisión que se puede superar con un cambio desde las filas del oficialismo, a partir de una grave crisis. En ese plan, el nuevo liderazgo oficialista pretendería “encubrir” las reformas que hoy se evitan bajo la narrativa de que se intenta rescatar el legado de Chávez; cuando en realidad es ese legado (incluida la presidencia de Maduro) lo que nos tiene metidos en este hueco.
Por lo pronto, como Maduro decidió no articular propuestas, el amigo empresario tendrá que vender un activo para pagar los aguinaldos de sus trabajadores en un par de meses (o cerrar la empresa), porque el año 2014, en materia de negocios y nueva actividad económica nunca comenzó.
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