martes, 23 de febrero de 2016

El desafío venezolano

El Nacional, 11 de octubre 2015
Esta semana, en una mesa de trabajo con actores empresariales, intelectuales y del ámbito gubernamental, intercambiábamos impresiones sobre América Latina, a propósito de las nuevas proyecciones económicas que revelan una ralentización en todo el continente. Se validaban perspectivas y, como en general todos los países podrían manejar ajustes de innegable impacto social sin conflictividad política, ese era el denominador común… hasta que llegó la pregunta: ¿Y Venezuela? Entonces entramos en el terreno de los escenarios políticos. ¿De verdad puede haber un cambio a partir de las elecciones parlamentarias? ¿Puede el gobierno seguir evadiendo ajustes económicos? ¿Los asumirá después de las elecciones? Y, por supuesto, los cínicos o escépticos: ¿Habrá elecciones o las suspenderá el gobierno?
Claro que habrá elecciones y la oposición puede ciertamente ganarlas: tanto en votación popular como en curules en la Asamblea.
Sometida a un cerco mediático y a un escenario electoral totalmente asimétrico y arbitrario, el primer reto de la oposición es desarrollar una estructura organizativa que le permita llevar un mensaje centrado en los problemas reales de las mayorías populares. Ese mensaje deberá enfocarse en ofrecer un camino de soluciones que deje atrás la conflictividad política; y, a partir de ese despliegue organizativo, lograr una gran movilización popular que traduzca el descontento que experimenta 80% del país en un voto castigo al gobierno de Maduro y Cabello.
Pero el segundo gran reto opositor es cimentar esa capacidad de movilización en una estructura de control electoral y defensa del voto con cobertura verdaderamente nacional.
Es preciso comprender que esta no es una elección nacional: se trata de 87 elecciones por circuitos en los 23 estados y el Distrito Capital, donde también existe la elección por lista del estado o Distrito Capital, además de 3 diputados por las circunscripciones indígenas. Es decir, sin un protocolo de movilización “aguas abajo” en la Venezuela profunda, y sin una planificación de control electoral eficaz en cada mesa por circuito electoral, se puede producir una merma en curules, sin necesidad de escalar a la dimensión del fraude masivo nacional. Sin esa minuciosa organización, estaríamos, más bien, ante la presencia de “fraudes puntuales o localizados” sin documentación eficaz para impugnar las circunscripciones cuestionables. Estas son razones suficientes para concluir que el costo político de no hacer elecciones es absurdo para el régimen, que dispone del recurso de fraude fraccionado y continuado, sin entrar a considerar el ventajismo. Además de que una mayoría simple opositora puede ser igualmente enfrentada desde el frágil marco institucional del país.
En cuanto al mensaje, el liderazgo debe aterrizar y enfocarse en los problemas reales y cotidianos del venezolano, y en las dinámicas propias de cada región y más aún de cada circuito electoral. Todos sabemos de la naturaleza autoritaria del régimen (asunto de gran relevancia en el contexto internacional), pero allí no radica la clave comunicacional en el plano electoral. Esta semana el diputado Rafael Guzmán, y candidato por Miranda, empleó una narrativa realmente “sudada” en la calle: “La gente te dice que no tiene, no consigue o no le alcanza y tiene miedo”; para luego proponer que la Asamblea sea el espacio donde “colguemos los guantes” de la conflictividad política y nos sentemos a crear reglas del juego que respondan a esas angustias y problemas de los ciudadanos.
Pero, volviendo a la mesa de analistas que citábamos al principio, concluíamos que la Unidad puede lograr la mayoría parlamentaria con cerca de 90 diputados. Si esto no fuera una posibilidad real, el oficialismo no estaría haciendo esfuerzos apresurados por anticipar la jubilación de magistrados del TSJ y proceder con una docena de nuevos y espurios nombramientos. Pero, en realidad, nadie puede responsablemente crear la expectativa de que en el corto plazo se concretará un cambio radical o giro de 180 grados.
En realidad, una mayoría parlamentaria opositora es una ventana de oportunidad, un catalizador; y potencialmente un espacio (hoy inexistente) para el encuentro de voluntades de todos los sectores. Y desde allí se podría orientar la dinámica de cambios que el país necesita por el peso de lo económico y ante el vacío de liderazgo.
Algo queda claro: si la oposición asumiese su mayoría parlamentaria como un garrote político, fracasará en la oportunidad de canalizar el país en una senda de cambios positivos, tanto como el gobierno viene fracasando al imponer su mayoría institucional a troche y moche. Si la oposición promoviera un escenario de conflictividad política desde el Parlamento, podría desembocar en un choque entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, cuya resolución terminará en manos de la Sala Constitucional del TSJ. ¡Menudo cuello de botella!
Otro desenlace, en un escenario donde la Asamblea no sea dispensadora de soluciones consensuadas, sería la radicalización política, combinada con una propuesta de viraje económico. ¿Cómo así? El gobierno puede persistir en su deriva autoritaria en lo político y proponer a la Asamblea Nacional una habilitación o paquete de reformas económicas que encuentren eco en sectores del empresariado nacional y extranjero. ¿Y, entonces, cómo navegar esas aguas con una mayoría opositora? La respuesta no puede apostar por el fracaso del gobierno sin considerar al país y su gente, pero, por supuesto, todo escenario de entendimiento en el terreno económico exige condiciones políticas inexorables para restablecer la democracia, garantizar el ejercicio de más libertades públicas y alcanzar, entre otras conquistas, la libertad plena de los presos políticos. En realidad, una agenda compleja que a no dudarlo requerirá de facilitación y mediación internacional.
Hasta ahora el gobierno ha tenido un estrepitoso fracaso económico, que lo hace lucir tan asfixiado como agobiada está la ciudadanía. Es una dinámica de supervivencia en el caos. Pero políticamente, el gobierno ha logrado (también ayudado por ese agobio ciudadano) reprimir de forma selectiva y grotesca en lo político, aplacando la movilización social pese al inmenso descontento. Mientras que en lo económico, ante su incapacidad para abordar la crisis, ha impuesto un cruel esquema de racionamiento del consumo nacional.
Lo más dramático del capítulo histórico que vive Venezuela es el inmenso vacío de liderazgo frente a la crisis de mayor magnitud que ha registrado el país. La marea del voto castigo puede traer una mayoría parlamentaria opositora, pero llenar el vacío de liderazgo es harina de otro costal. Y llenar ese vacío es, en síntesis, el desafío político venezolano.

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