El Nacional, 3 de junio 2014
Colombia se aproxima a una muy interesante, cerrada y compleja elección presidencial en segunda vuelta. Es una elección presidencial también importante para Venezuela, donde no solamente se trata de dos pueblos con destinos muy vinculados, la relación con el actual gobierno tiene un peso.
En primera vuelta, además de la derrota del presidente Santos por el candidato uribista Oscar Zuluaga, lo saliente fue la abstención de 63% (las más alta en la historia del hermano país). Ahora, los sondeos de opinión, luego de las primeras alianzas forjadas para la segunda vuelta, indican que la ventaja de Santos sobre Zuluaga, seria de un punto porcentuales (38% vs 37%, respectivamente); 15% de los colombianos dice que votaría en blanco, y 10% todavía está indeciso.
Pero ¿por qué se encuentra tan dividida la sociedad colombiana? Es básicamente por el tema de los diálogos de paz, buque insignia de la administración Santos y motivo de su ruptura con Uribe, de quien fue exitoso e implacable ministro de la Defensa en la política de seguridad democrática que redujo militarmente a la guerrilla a su menor expresión en muchos años. Y es precisamente este tema del diálogo, además de todo lo que nos une con Colombia, donde radica una de las piedras angulares en la relación bilateral. La apuesta al diálogo de paz en Colombia está encadenada a la política exterior colombiana de promover lo mismo para resolver el conflicto político de Venezuela. La alternativa a Santos no sólo descarta el diálogo allá, sino significa el regreso a una relación caracterizada por las tensiones que hubo en los tiempos de Uribe y Chávez. Al menos así se aprecia en esta etapa preliminar, aunque la política suele traer sorpresas.
Pero para entender lo inexorable del proceso de diálogo de paz al que apuesta Santos, hay que entender el contexto económico en el que se presenta esa decisión de polarizantes consecuencias políticas.
La economía colombiana ha venido experimentando un desempeño favorable durante la gestión Santos, con una crecimiento sostenido en el orden del 4% del PIB anual todos los años, e incluso de hasta 6,6% en 2011. Las proyecciones para 2014 siguen siendo positivas, indicando un posible crecimiento del PIB del orden de 5,4% con una baja inflación de 2,8% a 3,1% anual.
No obstante el cuello de botella de la economía colombiana sigue siendo la necesidad de invertir en infraestructura para acelerar el crecimiento, expandir el desarrollo territorial, y de esa manera reducir la pobreza y las desigualdades. Por ello, pese a los alcances de la reforma fiscal, es inevitable que el gobierno Colombiano tenga que apostar a los procesos de paz con el objetivo de lograr un dividendo fiscal. En efecto, el gasto militar en Colombia es, en términos relativos, el mas alto de la región, ubicándose en 3,7% del PIB (Chile 3,3%, Brasil 1,5%, Venezuela 1,2% y México 0,5% de porcentaje del PIB). Pero es obvio que la racionalidad político-económica de este análisis encuentra importantes limitaciones en la realpolitk.
En pocas palabras, los méritos de la gestión económica gubernamental y la lógica de la propuesta de pacificación adelantada por el presidente Santos, no han sido suficientes para vencer en el terreno de las percepciones políticas del colectivo (entre otras cosas por lo lento y frustrantes que son estos procesos); y la sociedad colombiana sigue muy polarizada frente al tema del diálogo de paz.
En realidad, al igual que para Venezuela, el camino del diálogo en Colombia es muy espinoso. Por ahora, la segunda vuelta en la elección presidencial del hermano país se presenta como un referendo a la política de diálogo de paz (o a su forma y contenido).
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