El Nacional, 9 de agosto 2015
Esta semana fue el primer debate entre los aspirantes a la nominación del partido republicano, de cara a la contienda electoral presidencial en los Estados Unidos, que cada día cobra más temperatura.
Fue un evento político muy particular, sin duda. Son tantos los aspirantes que hubo que hacer un corte según las encuestas. Siete candidatos estuvieron más temprano, antes del evento central, haciendo un round de sombras contra un ausente: Donald Trump, a quien se le pudo ver varias horas más tarde, debatiendo entre los diez precandidatos que mantienen la preferencia más alta entre los republicanos.
El debate comenzó de la forma más crispante, cuando Donald Trump admitió (fue el único en hacerlo) que de no resultar electo en las primarias republicanas aspiraría como independiente o tercera opción. Una advertencia que anticipa la tragedia política que vive el partido republicano.
El debate discurrió centrado en asuntos domésticos muy importantes para la base más comprometida del movimiento conservador, pero en general ya sedimentados en la opinión pública. Asuntos que suelen producir polarización, ya porque acusan una tendencia contraria al pensamiento más conservador, o porque apuntan a una postura liberal o progresista en el seno la sociedad estadounidense. Por ejemplo: la legalización del aborto, el matrimonio igualitario o la reforma migratoria. Atrapado en estos derroteros, ya muy trillados, al debate le faltó conexión con los asuntos que son prioridad ciudadana en las encuestas. Y ciertamente cabalgó sobre asuntos en los que es imposible sumar nuevos afectos a la causa republicana, ya que, en el mejor escenario, dividen muy nítidamente y en partes iguales a la sociedad americana. Aparte de que algunos de esos temas encuentran solución exclusivamente en el campo del poder legislativo o el poder judicial.
Trump fue, como siempre, estridente y desconsiderado. Señaló a los presentes de haber recibido tajadas de sus generosas contribuciones y se justificó diciendo que reparte dinero entre demócratas y republicanos por igual porque, tal como espetó con alarmante transparencia, "das dinero a los políticos para que hagan lo que más adelante les pedirás".
El gran perdedor del debate fue, en realidad, el partido republicano. Trump continuó hablándole al "mercado de la antipolítica", pero tuvo que ponerse a la defensiva, incluso ante la mención de las cuatro quiebras emblemáticas por las que han pasado algunas de sus empresas. En el fondo, la posición del multimillonario, como primera minoría entre los republicanos, es una especie de tragedia cultivada por el radicalismo del mismo partido, mezclado con una alta dosis de anti-política, que tanto socava las democracias.
Tampoco puede decirse que brilló el gobernador Scott Walker, del estado de Wisconsin, uno de los favoritos de amplios sectores conservadores e incluso del propio Tea Party, por lo cual tendrá ahora que definir una estrategia para remontar. Por el contrario, lució afable el doctor Ben Carson, un neurocirujano de gran prestigio que, aún cuando no logra definir un perfil político, ha sorprendido con un posicionamiento relativamente atractivo en las encuestas.
En ese contexto, aun cuando sin mucho músculo en el debate, se pudiera decir que Jeb Bush lució presidenciable. Entre tanto ruido, el propio Trump se atrevió a ningunear a todos sus contendores menos a Bush, a quien se dirigió bajando la cabeza y en tono respetuoso.
Y el otro ganador en ese fangoso terreno, si es que lo hubiere, fue el gobernador de Ohio, anfitrión del debate. Al margen de que su posición sigue en el foso de las encuestas, Kasich emergió a la escena nacional mostrándose como un mandatario regional exitoso y conservador, pero moderado y respetuoso de la diversidad, particularmente cuando abordó matrimonio igualitario, tras la reciente sentencia de la Corte Suprema de Justicia (ante un caso que precisamente se originó en Ohio). Kasich dijo que si alguna de sus hijas tuviese esa orientación sexual lo aceptaría, no solo porque ahora es la ley, sino porque así es el amor incondicional de un padre, para concluir que recientemente asistió a una boda entre dos amigos del mismo sexo. El talante mesurado del gobernador de Ohio se expresó también cuando defendió su postura proclive a muchas de las políticas de salud pública promovidas por el gobierno de Obama, una cuestión radioactiva para las audiencias duras del partido republicano.
Pero la relevancia de Kasich, remozado con el efecto de este debate del cual fue anfitrión en su estado, va más allá.
El comportamiento electoral de Ohio es pendular (“swing state”, le dicen). Votó por Obama dos veces, por tanto fue clave para su triunfo, teniendo en cuenta el sistema, porque pesa 18 votos de representación en el sistema del colegio electoral o elección en segundo grado que define la presidencia en Estados Unidos. Un republicano que pueda ganar en Florida y en Ohio reduce la contienda a estados de comportamiento pendular como Virginia, Colorado, Arizona y Nuevo México.
Bush aspira y contabiliza, como exitoso ex-gobernador de Florida, que ganará en dicho estado, pese a su comportamiento pendular (recientemente favoreció al presidente Obama en su elección y reelección) y al inmenso peso electoral de los Clinton en ese estado. En un escenario donde Jeb sume la Florida y Ohio, se cierra la lucha presidencial en el sistema del Colegio Electoral (no olvidemos que fue en Florida donde se resolvió la controversial elección de George Bush contra Al Gore, precisamente cuando Jeb Bush gobernaba en ese estado). Y de allí la importancia de Kasich para cualquier fórmula republicana que pueda sumar a la Florida. Mucho más cuando, a partir de ahora, el gobernador de Ohio entró en el panorama nacional. En el fondo, el gobernador de Ohio aspira a otro cargo: la Vicepresidencia, en una fórmula como la que podría representar Bush, si este logra imponerse en la primaria cuando las aguas vuelvan a su nivel o pase el huracán Trump.
Una síntesis de todas las encuestas nacionales en Estados Unidos indica que, en cualquier escenario de confrontación, si las elecciones fueran hoy Hillary Clinton le ganaría a Bush con 7% de ventaja; y a Trump con ventaja de 17%. Sin embargo, algo más inquietante para los analistas y estrategas republicanos surge del debate entre sus precandidatos, al margen de todos los análisis, que los hay para todos los gustos, ¿estamos frente a la posibilidad de una elección con Trump como candidato republicano? ¿O a las puertas de una elección presidencial con tres candidaturas?
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