El Nacional, 27 de septiembre 2015
El papa Francisco ha concluido su visita a Estados Unidos con un impacto muy especial. Podríamos decir que particularmente trascendente, en el actual contexto de polarización que se vive en la sociedad estadounidense.
Me cuento entre quienes albergan absoluta convicción acerca de la conveniencia de mantener separados Estado e Iglesias. Considero imprescindible deslindar nítidamente ambos espacios y rechazo cuando alguien trata de imponer sus creencias en el plano político, abusando o manipulando la fe de un sector de la sociedad; más aún, cuando ese grupo religioso constituye una mayoría o primera minoría.
Pero el papa Francisco se maneja en estos linderos con maestría. Cuando habla como jefe de Estado (no olvidemos que lo es del Vaticano, además del primado de la Iglesia Católica) lo hace apalancado en un inmenso capital ético y moral, y en una espiritualidad cimentada en su visible humildad. Esto lo evidencia tanto al abordar cualquier asunto como en todos sus gestos de compromiso con el progreso social, incluido el de cenar con un grupo de personas sin hogar (“homeless”) en Washington, en vez de hacerlo con los líderes del Congreso, a quienes ya había visitado y, por cierto, aprovechado la formidable oportunidad de comunicación de la sesión conjunta para hablarles a ellos y al país con franqueza y enorme habilidad política.
Estados Unidos es un país de protestantes, así que el papa habla allí como líder de la Iglesia a una minoría. Solo 23% de los ciudadanos de Estados Unidos son católicos; y de ellos, 32% tiene origen hispano. Los otros dos grupos grandes por su origen nacional son los irlandeses y los ítalo-americanos. De hecho, dos personalidades muy notables que lo recibieron en las audiencias calificadas son el vicepresidente Joe Biden (de familia Irlandesa) y el ex presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner, de origen germano-irlandés.
Pero Francisco logró trascender el campo de lo religioso y tener un gran impacto político y social, al abordar desde su estatura de líder espiritual a toda la sociedad americana sobre asuntos prioritarios que deben ocuparnos. Lo hizo con tacto y sabiduría. Sin imponer dogmas de fe, y más bien convocando procesos de diálogo y trabajo que desde los gobiernos y las instituciones nos enfoquen en desmontar la polarización; retomar el curso de las relaciones internacionales interrumpidas con quienes hemos tenido impasses históricos (unas diferencias que debemos dejar atrás para allanar el camino a la paz y la convivencia); y muy especialmente, generar respuestas que nos permitan superar la pobreza, las desigualdades, la exclusión y los daños ambientales que es urgente revertir.
Especial mención merece su bien articulado mensaje de inclusión hacia los inmigrantes en un país (como todo el continente) cuya construcción está insoslayablemente unida a la recepción de grandes contingentes poblacionales. El primado de la Iglesia Católica traspasó el cerco de lo religioso y terminó convertido en Francisco, el Papa del Pueblo o el “Papa de Todos”, como lo llamó la acuciosa prensa estadounidense.
En pocas palabras, el actual pontífice se ha convertido en una referencia más allá del catolicismo. Y lo hizo con un mensaje centrado en la tolerancia y la compasión por los más pobres y necesitados.
Al día siguiente de recibirlo y escucharlo, el diputado John Boehner renunció a su cargo y condición de “speaker” de la Cámara (líder de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes del Congreso). Se especula que escuchar al papa lo llevó a dar ese paso, resultado de la frustración que viene acumulando en sus muchos esfuerzos para lograr que la mayoría republicana concurra en acuerdos sobre cuestiones fiscales con impacto en lo social y de política internacional.
Pero la repercusión de Francisco como líder internacional se siente en la política de Estados Unidos desde hace un tiempo. El presidente Obama y el papa vienen forjando una relación muy estrecha, que ha sido fundamental en dos procesos que se vienen adelantando en Latinoamérica: los diálogos de paz en Colombia, que hoy cristalizan en un acuerdo, y el de la apertura con Cuba. Esta monumental colaboración pudo extenderse al proceso de diálogo de 2014, para dar un giro a la severa crisis que vive Venezuela (agravada, por cierto, al abandonar ese proceso), pero el gobierno de Nicolás Maduro despreció inexplicablemente esa oportunidad.
La última gran campanada de la visita del papa Francisco a Estados Unidos retumbó en Nueva York. La imagen de una ceremonia de sincretismo y tolerancia religiosa en Ground Zero para orar por las víctimas del 11 de septiembre resonó en todo el país. El pastor de los católicos estuvo rodeado de líderes de todas las confesiones, unidos en un mensaje universal y en oraciones iniciadas por un clérigo musulmán, acompañados de rabinos, pastores protestantes y representantes del budismo y el hinduismo. Las palabras de clausura tendrían el acento suramericano de su santidad.
Francisco ha dejado un poderoso mensaje en Estados Unidos. No sin consecuencias políticas, en un tiempo cuando la tolerancia y la inclusión son fundamentales. Particular resonancia en su discurso ante el Congreso fue la caracterización que hizo del auténtico líder político: “Un buen líder político es quien, con los intereses colectivos en mente, asume su momento con espíritu de apertura y pragmatismo. Un buen líder político siempre opta por iniciar procesos, en lugar de poseer espacios…”.
Palabras que llegan, y muy lejos, porque son oportunas para una reflexión en la era y circunstancia que atraviesan tantas sociedades. Ojalá que alguna plegaria de este hombre singular haya sido por nuestro sufrido país y quiera Dios que la respuesta traiga paz y prosperidad para todos, los venezolanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario