El Columnero, 22 de febrero 2016
Da la impresión de que el Gobierno de Maduro en Venezuela no termina de comprender el problema económico. Sus medidas de ajuste siempre llegan tarde y se quedan cortas ante la inmensa distorsión creada a lo largo de tres años, debido el aplazamiento del cambio por razones políticas.
Además, los ajustes llegan ajenos a un plan que responda con claridad tres interrogantes: 1) ¿Cuál es el mapa financiero para resolver el conflicto entre mantener el nivel exigido de importaciones y el servicio de la deuda al día?; 2) ¿Cómo dar la vuelta al problema de producción petrolera con nuevas inversiones, en el contexto de esta nueva realidad de precios bajos?; y 3) ¿Qué medidas concretas, de impacto en sectores de posible reactivación en el corto plazo, se tienen, como podrían ser la construcción (viviendas e infraestructura), el agro y la capitalización para el relanzamiento de las empresas básicas así como las empresas de servicios (sector eléctrico, agua)?
Es fácil entender por qué sus respuestas son siempre incompletas y sus resultados los llevan de una crisis a otra. El Gobierno de Maduro no termina de entender que para salir de este cuello de botella, para derrotar los obstáculos y reactivar la economía, la respuesta no es simplemente política; y que los ajustes deben estar vinculados a una estrategia cuyas claves son la inversión privada y el emprendimiento. Y tampoco ha dado muestras de haber captado el hecho de que ambas cosas dependen de confianza, expresada en un marco jurídico de respeto a los derechos individuales y la propiedad privada, de un poder judicial efectivo e imparcial para la defensa de los derechos individuales; y de una inversión sostenida en capital humano (educación y salud) e infraestructura de apoyo a la producción (transporte, servicios, comunicaciones, energía) que nos haga competitivos, que es donde debe enfocarse el Estado como agente de la reactivación económica.
Por otro lado, está el asunto financiero. La deuda externa, contraída en el contexto de la actual estructura de precios del petróleo, de bajos volúmenes de producción y dependencia absoluta de las importaciones, es sencillamente insostenible sin un refinanciamiento coherente, que cambie el perfil del endeudamiento nacional y ofrezca dinero fresco para financiar la transición en medio de los déficits y distorsiones, incluyendo recursos para sostener programas sociales bien enfocados.
Esa transición debe estar acompañada, además, por un mecanismo de conversión de deuda en inversiones, que permita reducir el monto de la deuda y orientar flujos de capital hacia los sectores con impacto empleador y reactivador en el corto plazo. Para ello, de nuevo, la clave es crear confianza, ofrecer credibilidad, con base en planes que evidencien un amplio acuerdo político y empresarial. Esto nadie parece entenderlo en el Gobierno.
Así las cosas, no es difícil predecir hacia dónde va Venezuela, a la luz de las medidas incompletas y sin visión de largo aliento que nos propone Maduro. Vamos hacia la profundización de la crisis social y económica, que no quede ninguna duda, lamentablemente. Y con ello nos aproximamos a un proceso urgente de transición que debemos hacer todo el esfuerzo para canalizar por la vía del diálogo y las instituciones democráticas, en el marco de la Constitución.
La pregunta que flota es: ¿quiénes en el oficialismo lo entienden? No tardaremos mucho en saberlo… Esperamos. Por el bien del país.
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