El Nacional, 7 de febrero 2016
Los resultados de las primarias en Iowa y la expectativa con respeto que se desarrollarán esta semana en New Hampshire le restaron visibilidad a un acontecimiento de vital importancia en la política exterior hacia América Latina del gobierno de Obama: la visita del presidente Juan Manuel Santos y el lanzamiento de una nueva iniciativa de apoyo estadounidense al proceso de paz que está por concluir, denominado “Paz Colombia”.
Durante tres lustros se ejecutó el Plan Colombia, con base en el cual las Fuerzas Armadas Colombianas adquirieron los recursos y capacidad para retomar el control de su propio territorio frente a la guerrilla y el narcotráfico. Una políticade Estado en ambos países de amplio consenso bipartidista, como lo exigen procesos tan complejos y espinosos orientados a resolver conflictos armados o insurgencia tan prolongados.
Tres presidentes de Estados Unidos y en Colombia, respectivamente, protagonizaron el Plan Colombia: Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama; Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Aun cuando en Colombia se ha desarrollado una dialéctica de contraposición entre la política de Uribe y quien fuera su ministro de Defensa, el ahora Presidente Santos. Como observador de este proceso, siempre he lamentado esa dinámica, porque realmente ha habido una línea de nítida continuidad entre las políticas de todos estos presidentes, como es la óptica que prevalece cuando el tema se aborda de un gobierno a otro en Estados Unidos.
La paz que hoy negocia Santos -y que parece llegar a un acuerdo definitivo en marzo-, con todas las diferencias que se pueda tener sobre los detalles, (así son las negociaciones en este tipo de procesos), traerá muchos dividendos políticos y económicos a Colombia. Y es preciso admitir sin remilgos que esto habría sido imposible sin una reducción de las FARC y la recuperación de espacio que conquistó la política de Seguridad Democrática de Álvaro Uribe, con el apoyo y gestión ministerial del propio Santos. Y la labor emprendida por ambos hubiera sido imposible sin la fundación creada por la visión de Estado de Andrés Pastrana, que impulso el concepto según el cual la magnitud del conflicto enfrentado por la institucionalidad colombiana exigía una efectiva plataforma de cooperación internacional.
Colombia está atravesando un buen momento, incluso teniendo en cuenta el impacto negativo que tiene para su modelo de crecimiento económico la caída en los precios del petróleo y otras materias primas. De acuerdo con los estudios y proyecciones de nuestro Centro para la Democracia y Desarrollo en las Américas, la economía de Colombia crecerá un 2,5% en 2016; y se proyecta un 3,2% para el 2017. Esto, en medio de baja inflación entre el 4,2 y 3,3%, respectivamente. Adicionalmente, la salud macroeconómica de Colombia se refleja en sus reservas internacionales estimadas en 46 millardos de dólares, y es evidente que la última década se viene reduciendo la pobreza y fortaleciendo la clase media. No obstante, el país tiene grandes desafíos sociales por transitar. Por eso, tocaba cerrar el capítulo del conflicto. A pesar de que la transición hacia la paz tiene sus costos (la indemnización de las víctimas, entre otros), es indudable que existe un dividendo fiscal, porque se podrá reorientar el gasto militar, hoy el más alto de América Latina (en el orden del 3,7% del PIB), para atender la inversión en infraestructura con énfasis en los espacios recuperados al conflicto todos estos años.
Estados Unidos ha reconocido que del Plan Colombia había que pasar a una nueva fase de cooperación, y bajo “Paz Colombia” ha comprometido hasta 450 millones de dólares para apoyar el proceso de paz.
El evento en la Casa Blanca donde se anunció Paz Colombia tuvo del lado colombiano un gran ausente, el ex presidente Uribe. En el lado norteamericano había una expresión bipartidista con figuras representativas del partido demócrata y el republicano. No estaba Bill Clinton, quien jugó un papel preliminar en el Plan Colombia al igual que Pastrana, no solo para mantener la neutralidad del Presidente en la primaria demócrata, sino asumiendo que no es realmente un protagonista central de esta historia. El logro lo capitalizará quien resulte abanderado de ese partido, mucho más Hillary Clinton, que fue Secretaria de Estado de Obama y obviamente, protagonista de este proceso.
Lo cierto es que Obama nuevamente muestra su inteligencia, audacia y cálculo en el manejo de la política regional: apuesta nuevamente a la Paz y el diálogo en democracia, aun ante la incertidumbre que este tipo de procesos comporta. Y no cabe duda de que, en el fondo, la decisión de entrar en este acuerdo es soberana de Colombia y los colombianos; por tanto, la política de Estados Unidos se expresa en el terreno de la solidaridad y la cooperación. Corresponderá al Congreso, de mayoría republicana, decidir sobre la autorización presupuestaria de un componente importante de los 450 millones de dólares en cooperación comprometidos por Obama. Y falta saber si Colombia y su liderazgo seguirán unidos en el propósito de conseguir que también el parlamente estadounidense apueste por la Paz como lo ha hecho el Presidente Obama.
Fue comentada la ausencia del Presidente George W Bush, pero comprensible como un cálculo que tiene mucho que ver con la dinámica electoral en pleno desarrollo; porque seguramente los extremos más reaccionarios del partido republicano lo golpearían a él y a su hermano cuestionando este proceso, que tiene opositores fuertes en Colombia, empezando por el propio por Uribe, además del componente relacionado con la apertura de relaciones entre Cuba y EEUU, junto al papel del Gobierno de La Habana en los diálogos de Paz.
Pero estaban en la Casa Blanca, dando testimonio del titánico esfuerzo logrado en Colombia, el ex presidente Pastrana, cuya visión contribuyó a crear esta etapa de la historia colombiana, y el Presidente Santos. Se sintió el vacío, inexplicable para todos los observadores e invitados que estábamos allí, cuando en su propio discurso Obama dedicó algunas palabras a Uribe al reconocer a todos los mandatarios colombianos con quienes se ha trabajado en esa política de Estado. Un vacío inexplicable, injustificable. Uribe debía estar allí, por ser parte fundamental de la conquista de esta pacificación negociada por Santos.
Su ausencia refleja una grieta que jamás había mostrado Colombia, siempre monolítica en el manejo de su política exterior frente a Estados Unidos en estos delicados temas. Pero, además, resulta difícil de entender que no se apueste por la paz, luego de ganar la guerra.
La falla en el elenco colombiano no habla tanto de debilidad en el tablero de la diplomacia como de cierta pereza, como se suele decir en ese país, a la hora de demostrar grandeza y conceder honores a quien honor merece.
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