martes, 23 de febrero de 2016

El potencial de la diáspora venezolana

El Nacional, 16 de agosto 2015
Los últimos 15 años han  marcado un rasgo inédito para Venezuela: nos hemos convertido en un país de emigrantes; y se ha conformado una diáspora venezolana que se estima en millón y medio de compatriotas repartidos por la geografía global.
Nuestro Centro para la Democracia y Desarrollo en las Américas, en reciente co-edición del libro La Voz de la Diáspora Venezolana, coordinado por Tomás Páez, da cuenta de este cambio en nuestro tejido social. Estudios de opinión reflejan en escala estadística los testimonios que a diario escuchamos de familiares y amigos: la primera prioridad de los venezolanos jóvenes es un plan que les permita encontrar calidad de vida y futuro fuera del país; 50% de los venezolanos dice que se marcharía del país de tener la oportunidad; solo 37% afirma que no emigraría en ningún caso; y un 11% afirma encontrarse actualmente en trámites para emigrar.
Ahora bien, haciendo un corte de esas cifras gruesas, y adentrándonos en el caso de Estados Unidos, el lugar de destino donde se concentra la mayor parte de esta diáspora, se nos revelan datos muy interesantes. Según el Censo estadounidense de 2011, hay 259.000 hispanos de origen venezolano en Estados Unidos. De acuerdo con el prestigioso Pew Research Center, 82% ha llegado después de 1990 (mayormente en los últimos 15 años); y 35% ya son ciudadanos americanos, con 41% de ese continente humano concentrado en el Sur de la Florida, particularmente en las ciudades de Weston y Doral. Siguen en importancia de concentración poblacional lugares como Houston, Texas, la ciudad de Nueva York y los estados de California y Virginia. Otros datos de esos estudios muestran dos rasgos interesantes de nuestra inmigración en Estados Unidos alto nivel de formación y potencial emprendedor.
En cuanto a la visibilidad, empoderamiento y aportes de los venezolanos en Estados Unidos, hay algunas relevantes manifestaciones de excelencia. Además de la referencia obligada a las estrellas del béisbol de Grandes Ligas o el destacado golfista de la PGA Jhonatann Vegas, nada más y nada menos que el presidente del Massachussets Institute of Technology (MIT) es el venezolano Rafael Rief; Moisés Naim es uno de los intelectuales y autores globales más importantes de este momento; Ricardo Haussmann dirige la Corporación para el Desarrollo de la prestigiosa Universidad de Harvard y Carolina Herrera está a la cabeza en la industria de la moda a escala global. Mientras que Andrés Gluski preside el conglomerado de empresas energéticas AES, cuyos headquarters se alojan en Virginia, donde, como sucede en Houston con los ex trabajadores petroleros, se concentra un grupo de talentosos ex empleados de la expropiada Electricidad de Caracas.
Además de estas conocidas personalidades, recientemente nuestra iniciativa www.IQLatino.org descubrió a otras, como Antonio López Márquez, joven zuliano, ingeniero químico egresado de la USB y el MIT, quien preside el emprendimiento SQZ BioTech, vinculado a los laboratorios de esta prestigiosa universidad bostoniana, donde se maneja la tecnología del “exprimido celular”, que entre otras cosas, constituye una de las mejores apuestas para la cura de enfermedades como el cáncer, entre otros muchos otros males crónicos o fatales.
En el cuadro político estadounidense ya asoman líderes venezolanos en posiciones locales y regionales, el alcalde de Doral es Luigi Boria, un comerciante ítalo-venezolano; y en la Legislatura del estado de Virginia ejerce un joven diputado, Alfonso López, hijo de un venezolano de los Andes. En los medios de comunicación social, todos los programas de entretenimiento en los canales de TV hispanos ya exhiben rostros de notables figuras venezolanas en horario estelar; y en el campo de la comunicación social destaca como una estrella la joven Mariana Atencio, quien hace excelente labor periodística tanto en inglés, con Fusion TV, como en español, con Univisión.
Estos son casos icónicos, pero al mismo tiempo son manifestaciones de un conglomerado de voces y familias que se seguirá abriendo paso por el mundo en el país del norte, sin lugar a dudas. Particularmente, cuando las segundas y terceras generaciones de inmigrantes venezolanos comiencen a egresar del sistema universitario de Estados Unidos y a incorporarse al mercado laboral.
¿Qué significa esto? En primer lugar, que Venezuela tiene talento y el recurso humano para transformar su realidad. En segundo lugar, que la emigración venezolana, donde se encuentre, es un poderoso activo y reserva con la cual puede contar el país, sin necesidad de plantearse románticos y en muchos casos difíciles retornos. Y tercero, que los venezolanos en Estados Unidos pueden seguir creciendo como comunidad participante en el creciente y diverso tejido social para transformarse en una voz de peso cualitativo en la vida empresarial, no gubernamental, académica y política de Estados Unidos. Esto, por supuesto, si la comunidad venezolana logra un mínimo de organización que le permita empoderarse, con estrategias de apoyo recíproco y cooperación, para conquistar espacios e influir en el destino de la nueva sociedad que han adoptado como parte de sus vidas.
En un reciente artículo, Rafael Díaz Casanova caracterizaba al generalísimo Francisco de Miranda,(el gigante de la Revolución Francesa que ante el fracaso de la primera república terminó desterrado en la prisión La Carraca de Cádiz, España, por llevar su lucha por los derechos humanos y la democracia desde Francia a su natal Venezuela), y a don Andrés Bello, (arquitecto de la legalidad moderna chilena y rector de rectores en su Universidad de Chile), como los dos primeros emigrantes de lo que luego fue siempre una nación de inmigrantes.
Sin duda, los avances de la diáspora venezolana, proveniente de un país convertido por la incapacidad de sus dirigentes en vivero de emigrantes, parecen indicar que los herederos de Miranda y Bello están en capacidad de seguir sus universales pasos.
Naturalmente, esta narrativa tiene también su componente trágico. Venezuela no está solamente en crisis. Es, por sus propias razones, tomando un préstamo del maestro Ortega y Gasset, un país invertebrado que reclama a gritos un liderazgo de excelencia. Esa que los venezolanos demuestran largamente cuando se les da la oportunidad en una sociedad articulada por sus instituciones.

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