El Nacional, 19 de octubre 2014
No cabe duda que la situación de Venezuela hay que verla también en el contexto de una dinámica de cambios que se expresarán en escala internacional. No me refiero a decisiones de los organismos multilaterales, sino a tendencias hemisféricas que se vienen consolidando.
Por un lado, están el nuevo contexto energético hemisférico y la caída en los precios del petróleo. Por otra parte, queda claro que Estados Unidos puede ahora exportar energía y desarrollar formas de cooperación para el Caribe y Centroamérica, sobre las que ya se está trabajando. Y este contexto, se suma también otra tendencia que puede finalmente consolidarse como irreversible, y tiene que ver con el futuro de la relación entre Estados Unidos y Cuba.
Hace un mes, en Washington DC, durante un importante evento hemisférico organizado por el Diálogo Interamericano y la CAF, se constituyó un panel dedicado el tema de Cuba-Estados Unidos. El panel rompió todos los paradigmas, integrando incluso a académicos que vinieron desde La Habana a Washington para participar; y se convirtió en una plataforma de promoción de cambios, que ya comienzan a sumar apoyos de importantes líderes del exilio cubano, convencidos que la política del embargo no tiene ningún sentido a esta altura. Eventos similares se han producido en La Habana.
Por otra parte, en el mundo de la “realpolitik” también se están expresando cosas de importancia. Durante los años de la administración Obama se han dado muchos cambios. El apretón de manos entre Raúl Castro y el presidente de Estados Unidos durante el funeral de Nelson Mandela es un gesto que simboliza toda una corriente de movimientos subyacentes, con impacto real sobre la región.
Obama ha flexibilizado las restricciones sobre viajes y remesas a Cuba, y la política de exportaciones de alimentos bajo licencia especial sigue siendo una oportunidad de interés para muchos sectores económicos de los estados que van desde Texas hasta Indiana, por todo el corredor central de la geografía estadounidense. Así las cosas, salvo por la resistencia natural de sectores parlamentarios en cuyos distritos electorales el tema del levantamiento del embargo ha sido tradicionalmente controversial, hay consensos bipartidistas imaginables en torno al concepto de que una apertura económica hacia Cuba puede promover un cambio positivo a la interno de la isla, además de relanzar el liderazgo regional de Estados Unidos.
De hecho, un estudio de opinión elaborado por el prestigioso Atlantic Council puso a prueba ante la opinión pública en Estados Unidos todas las opciones de políticas públicas posibles en un escenario de mayor apertura hacia Cuba, y en cada uno de los escenarios, las encuestas mostraron que una inmensa mayoría de los ciudadanos apoyaría dicha política. Durante este año, ante el fuego cruzado que paraliza la agenda legislativa en Estados Unidos, y luego por la proximidad de las elecciones parlamentarias de mitad de periodo que tendrán lugar la primera semana de noviembre (donde lo que priva no son las tendencias de opinión nacionales sino las dinámicas por circuito electoral) el presidente Obama decidió congelar temporalmente mayores avances en su política de ir introduciendo cambios por la vía de resoluciones ejecutivas con respecto a Cuba, única alternativa ante la imposibilidad de medidas estructurales que dependen de una nueva legislación que derogue el embargo contra Cuba. Adicionalmente, la coyuntura ha sido útil para exigir mayores y más nítidos compromisos por parte del régimen cubano en torno a una agenda doméstica de cambios económicos y políticos, que incluyan el respeto a los derechos humanos, materia en la cual Cuba tiene una deuda moral con todo el hemisferio.
Este complejo proceso ya anticipa otro importante evento de gran simbolismo: la invitación a Cuba para que Raúl Castro participe en la Cumbre Iberoamericana que se celebrará el próximo año en Panamá. Más aún, esto se da por un hecho, la pregunta es si ante esa posibilidad el presidente Obama hará presencia, y si de hacerlo, si se podría producir un encuentro bilateral o de alguna naturaleza con Castro.
Mientras esas corrientes de cambio hacen su trabajo, otras también inciden para que Cuba se aproxime a la apertura. Por un lado, en 2018 habrá un cambio generacional y de mando en Cuba, el propio Raúl Castro ya oficializó su decisión de retirarse, y por supuesto, las circunstancias han venido produciendo un retiro cada vez definitivo de Fidel de la escena pública, por obvias limitaciones humanas.
En la nueva elite del poder cubano ya está muy afirmada la idea de que el modelo de cooperación que los subsidia desde Venezuela tiene sus días contados (o en todo caso, obvias limitaciones) ante la caída de los volúmenes de producción de Pdvsa, la tendencia en los precios del petróleo en los mercados y las presiones internas en Venezuela; pero mas aún, saben que en cualquier escenario de continuación su impacto irá menguando y el crecimiento económico de la isla sería exiguo si se apuesta a esa alternativa. En pocas palabras, la nueva elite cubana ya piensa en una transición del actual estado de cosas hacia otro donde no queda más alternativa que mirar hacia el norte.
La lectura de estas realidades es inequívoca. Es cosa de tiempo. En los Estados Unidos, al pasar el capitulo de las elecciones parlamentarias Obama estará frente a sus últimos dos años de gobierno. Es probable que quiera dejar algún legado concreto de cambios en la política hemisférica hacia América Latina, y moverse en la dirección de la apertura con Cuba es sin duda atractivo para su agenda política. Por otra parte, en la isla caribeña todo el mundo se prepara sin ruido para los tiempos post Castro, y las realidades económicas empujan en la misma dirección de la apertura.
Se necesitan dos para el tango. La música esta sonando, y a pesar de la mirada cuestionadora de algunos en cada familia, tanto en la cubana como en la gringa se perfilan actores que parecen muy dispuestos a echar un pie; están simplemente esperando que se hagan sentir los efectos del Cuba libre.
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