El Nacional, 20 de septiembre 2015
Esta semana, la Reserva Federal de Estados Unidos anunció que no incrementará sus tasas de interés, manteniendo el financiamiento federal al sistema en el rango de 0% a 0,25%.
Antes de la crisis de los mercados en China, de sus devaluaciones y la ralentización de la economía del gigante asiático, muchos expertos habían creado la expectativa de que el FED cambiaría la política de intereses muy bajos, puesto que había llegado la hora de volver a un nivel razonable en las tasas de interés (que permitiera racionalizar la expansión económica e impedir un brote en la inflación).
Resultó que el FED no ha cedido ante ese predicamento clásico del neoliberalismo o de los sectores más conservadores de la política económica, normalmente alineados con intereses financieros. Por el contrario, la situación de China y su impacto global ha persuadido al FED (cuyo directorio tomó la decisión con 9 votos a favor y 1 en contra) de que las políticas económicas, fiscales y monetarias deben permanecer ancladas en una estrategia de estímulo al crecimiento hasta que este se consolide definitivamente.
Podría pensarse que en la víspera de un año electoral este comportamiento de los reguladores y del gobierno de Obama era previsible, pero hay suficiente autonomía en el FED para sustentar sus motivaciones. El máximo organismo monetario y financiero de Estados Unidos sabe que salir de la crisis heredada en 2008 no ha sido fácil, pero que el trayecto recorrido ha sido exitoso y a costos razonables.
En efecto, a contravía de lo que se decía con esta estrategia expansiva –que incluyó al principio de la presidencia de Obama una política de endeudamiento y crecimiento del gasto público para apalancar la inversión en sectores claves como infraestructura, energía y, por supuesto, la operación de salvamento del sector financiero y automotriz–, el déficit fiscal del gobierno de Estados Unidos se encuentra bajo control, se ubica en 2,8% del PIB. Además, en el proceso se han consolidado avances muy importantes, que no tienen réplica en Europa o, más específicamente, en sus países en crisis, como Grecia, España y Portugal, entre otros, a los que se impuso la fórmula clásica de los choques y los ajustes.
En efecto, las políticas de Obama y el FED han dado resultados tangibles: el desempleo bajó de 11% a 5,1%; la inflación se ha mantenido en el bajísimo nivel de 1,2% anual; las exportaciones americanas (a pesar de su encarecimiento con el fortalecimiento del dólar) han crecido de 9,5% a 12,7% del PIB. Todo esto ha cimentado un crecimiento que se proyecta, pese a la ralentización china, en 2,7% luego de 6 años y 3 meses de expansión sostenida. A esto debe añadirse el muy auspicioso hecho de que la reducción del desempleo ha sido liderada por el sector privado.
Es cierto, como lo analiza el FED, que aún no se ha logrado consolidar este proceso, y que persisten incertidumbres y riesgos. También es verdad que la caída de los precios del petróleo tiene su lado bueno para el consumidor, pero un impacto negativo en las empresas petroleras y sus valores en el mercado (hay compañías y sectores de la industria donde la relación precio/utilidad de las acciones ya está muy ajustada en términos históricos). Pero, por otro lado, no es menos cierto que el grueso de las empresas norteamericanas mantiene una inmensa acumulación de efectivo. Un buen ejemplo es el caso de Apple, que ha logrado guardar sobre los 170 millardos en efectivo o activos corrientes en su tesorería.
Así las cosas, la lectura del FED es la correcta. No porque 2016 sea electoral en Estados Unidos, sino porque la economía norteamericana puede consolidar esta tendencia positiva sosteniendo una política que ha sido exitosa, más aún si se considera el punto de donde partió en 2008 y el contexto global en el que se desplegó.
Muchos especialistas dan una lectura tímida y reticente a esta decisión. Otros piensan no sin malicia que, en realidad, la economía está más débil de lo que parece; y que este impulso “keynesiano” de las tasas de interés bajas inducidas por el FED no está dando resultados orgánicos o sostenibles. En realidad, es lo contrario.
Con estas tasas de interés bajas ocurren dos cosas: Estados Unidos puede financiar su gasto (entre otras cosas, en infraestructura) y refinanciar sus obligaciones a tasas de interés muy bajas, mientras que el capital particular tendrá que migrar hacia la inversión en la economía real y los valores en el mercado de capitales en búsqueda de mejores rendimientos. El resultado es que, en la era de Obama, la economía de su país seguirá recuperando terreno.
¿Cuál es el tema pendiente en Estados Unidos? Falta fortalecer a la clase media y trabajadora. Los beneficios que todavía deben ser mayores no irrigan por gravedad (como postulaban los pontífices del “tricke down economics”). Un ejemplo claro es el salario mínimo en Estados Unidos: es el más bajo de cualquier país desarrollado, incluyendo a los estados donde, por decreto, debe ser superior a los 7,70 dólares por hora que rigen a nivel federal. En Australia, cuya economía crece a un formidable 7% u 8% interanual, el salario mínimo es de 17 dólares la hora. Esa es una de las muchas iniciativas que podrían tomarse para impactar el crecimiento desde el consumo de sectores restringidos por el bajo nivel de ingreso impuesto desde hace 2 décadas. Pero esta decisión de aumentar el salario mínimo es del Congreso, hoy con mayoría republicana en ambas Cámaras.
¿Se arriesga con ello el dinamismo económico ofrecido por la flexibilidad del mercado laboral al mundo empresarial o corporativo americano? No lo creo. Si el incremento de los salarios se acompaña con esta inteligente estrategia de estímulo a la inversión con bajos intereses, que canalizaría recursos hacia proyectos de infraestructura y nuevos o innovadores emprendimientos, área en la que Estados Unidos sigue siendo líder global, así como en el campo energético, donde se alcanzó independencia.
Entre tanto, el mundo se pregunta hacia dónde y cómo migrará el dinero, en un escenario que sigue caracterizado por los bajos intereses.
El mensaje, clarísimo, de las administraciones de Obama y el FED es que no ceden en su estrategia expansiva hasta sentar las bases de un relanzamiento económico sostenible. A diferencia de los neoclásicos y neoliberales del pensamiento económico, este liderazgo sí visualiza un papel claro y no intrusivo del gobierno para apuntalar el crecimiento y promover mayor igualdad. Esta amplitud de miras, esta valerosa posición de compromiso con el futuro y con las mayorías estadounidenses, explican las enormes diferencias entre los discursos demócratas y republicanos: todas las banderas nobles están en manos de los primeros. Y los republicanos se han quedado... bueno, con lo que vimos en el lamentable debate donde demostraron que las tasas conceptuales y mentales pueden descender sin límite.
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