El Nacional, 25 de octubre 2015
El cumplimiento de actividades en la Escuela de Comunicación Política de la Universidad de Navarra nos permite asomarnos por una ventana privilegiada al momento político electoral que vive España.
Llegamos días después de las elecciones en Cataluña, -donde sin mayoría absoluta primaron en una coincidencia políticamente inasible los extremos políticos separatistas- en plena antesala de unas elecciones generales.
El Partido Popular y Mariano Rajoy lucen desgastados (aunque todavía no derrotados) en el ejercicio del gobierno. Enfrentan al mismo tiempo una severa crisis económica, de la que el país empieza a salir, y sonados escándalos de corrupción en las más altas esferas del liderazgo partidista.
En posición de fuerte y principal opción de poder se encuentra el histórico PSOE, renovado bajo el energizante liderazgo de Pedro Sánchez, un hombre joven, bien articulado, disciplinado en el mensaje, quien además se sabe manejar en el territorio del discurso económico… pero que no ha logrado capitalizar el descontento y consolidar una mayoría.
En realidad, los dos partidos tradicionales parecen prepararse para una próxima etapa en la política española, que definirá los años por venir. Una era naciente caracterizada por la emergencia de nuevas fuerzas políticas (incluyendo presiones importantes desde los movimientos regionales), pero principalmente marcada por la formación del Partido Ciudadanos, liderado por un jovial y convincente Albert Rivera. Es un partido ecléctico y de centro, que ha crecido desde el espacio de la antipolítica, primero desinflando a Podemos y el populismo de Pablo Iglesias, cuyo desempeño electoral en las batallas regionales ha sido francamente decepcionante.
Pero Ciudadanos y Rivera no se han detenido allí. Siguen conquistando espacios desde el territorio ya ganado, y desde allí tragarse, según las encuestas, una parte del electorado de centro-derecha descontento, hasta ahora acostumbrado a votar al PP. En ese escenario, comienza a asomarse una posible estrategia, tanto en la hoja de ruta de Ciudadanos y como la del PSOE: una posible alianza silente (o, en su momento, una coalición para gobernar o lograr la gobernabilidad) entre estas dos fuerzas.
Otro asunto que resuena en el debate político de España viene desde las regiones. El proceso catalán podría no concluir en el separatismo, pero sí en una tendencia irreversible para revisar a fondo el estatuto constitucional español y replantear todo el entramado de las autonomías hasta recalar en alguna forma de federalismo.
Y, finalmente, está lo económico y la decepcionante corrupción develada en medio de la prolongada crisis. Es cierto que sobre ambos problemas cabalga toda esta tendencia que socava al estamento político tradicional, pero también es preciso observar dos realidades que todavía este no registra. Primero, la economía de España, al margen del sacrificio de la ruta escogida por Rajoy y la discusión sobre las alternativas, ya entra en recuperación, aun cuando un ambiente se respira en el norte del país y otro al sur, y el desempleo en la juventud mantiene proporciones francamente alarmantes. En segundo lugar, es preciso reconocer que la intolerable corrupción se desbordó, pero no menos cierto es que las instituciones judiciales españolas están respondiendo a este flagelo con una autonomía, apego a la legalidad y contundencia ejemplarizante.
Así vimos a España esta semana. Pero estamos conscientes de que esta fotografía instantánea puede cambiar, porque en la península está instalada una dinámica de cambios. El punto es que España no está atrapada por la crisis, se encuentra en movimiento para salir de ella. Falta saber si la sociedad va a activarse también con un espíritu de madurez y conciencia contemporánea…. o si va a caer en la tentación demagógica que tiene a buena parte de América Latina anclada en un lodazal.
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