El Nacional, 7 de marzo 2014
Esta semana se cumple el primer aniversario de la muerte de Hugo Chávez. Seguramente los herederos del comandante aprovecharán la ocasión para evocar con entusiasmo patriótico los logros del chavismo en Venezuela. Sin embargo, la realidad indica que salvo una profunda rectificación en el campo económico y político no solo el país que se mantiene en pie de protesta, sino los futuros historiadores recordarán el legado de Chávez como un absoluto y lamentable fracaso.
Para un diálogo sincero hay que apartarse de los mitos que sostienen la narrativa del oficialismo, como primer paso hacia una reconciliación y rectificación que permita la recuperación de la nación.
El primer mito es que el chavismo ha reducido la pobreza. Esta idea ha sido impuesta no solo por el régimen, sino también por figuras influyentes del mundo occidental. Se basa en estadísticas publicadas por organizaciones internacionales que dependen de la dudosa información que les suministra el gobierno. La mayoría de los indicadores parten de un umbral o punto de referencia medido en dólares, y se calculan utilizando una cotización del bolívar que no tiene en cuenta las constantes devaluaciones de la divisa venezolana; y las que se proyectan en el tiempo.
La realidad es que durante los últimos 10 años se comprometió la riqueza del país a través de subsidios hoy insostenibles por falta de un aparato productivo nacional en crecimiento, y ello a pesar de una década de bonanza petrolera. Estos subsidios mejoraron temporalmente el poder adquisitivo de los más pobres, pero los beneficiarios reales no han sido tanto los sectores vulnerables sino las distintas partes interesadas que se acercaron al régimen con una agenda propia. La lista incluye al gobierno cubano, que mantiene su propia economía a flote gracias a los 12 billones de dólares anuales de petróleo gratis que recibe de Venezuela, y a las inmensas fortunas amasadas gracias a sus conexiones con el régimen. El criticado “cadivismo” es hechura de los años que presidió Hugo Chávez, y hasta hoy sigue sin respuestas ni responsables la denuncia que hizo el propio ministro del Interior y Justicia cuando afirmó que 40% de los importadores a quienes fueron asignados dólares preferenciales eran “empresas de maletín”.
Mucho se habla de las “misiones sociales” de Chávez, que alivian el desempleo, facilitan el acceso a la salud o contribuyen a bajar los índices de analfabetismo en los barrios pobres; y de la institución de un salario mínimo que redujo la pobreza. Muy poco se dice, sin embargo, de la pérdida de calidad de vida que sufren los sectores populares a causa de un índice de inflación de 56%, el más alto de América Latina. Los avances sociales de la revolución desaparecen como resultado de una devaluación acumulada de 2.000% en 15 años, y de 100% en 2014. Además, estos cálculos se basan en la cotización oficial del dólar, que es una sexta parte del valor de la divisa norteamericana en el mercado negro.
Hoy los sectores populares, como todo el mundo en Venezuela, pierden horas de su tiempo tratando de conseguir bienes básicos en los abastos, y aun cuando encuentran lo que necesitan, no pueden pagarlo. Gracias a las devaluaciones del último año, el salario mínimo de 600 dólares mensuales se redujo a 270 dólares, muy por debajo de la línea de pobreza de 300 dólares mensuales que fija el Banco Mundial. (Por cierto, de acuerdo con la cotización en el mercado negro, esos 270 dólares quedan reducidos a la miserable suma de 40 dólares al mes). De hecho, según los estudios del Cendas, en la actualidad una familia necesita 3 salarios mínimos mensuales para poder acceder a la canasta de productos básicos.
Si observamos estas cifras, la conclusión ineludible es que el chavismo aumentó el poder adquisitivo de los sectores más humildes (particularmente hasta 2010), a través de subsidios insostenibles sin una significativa aceleración de la inversión y el crecimiento económico; y, además, el sistema no asegura igualdad de oportunidades o movilidad social ascendente para los pobres, perpetuando la dependencia en el subsidio y haciendo la demanda poblacional por los mismos exponencial. Por lo tanto, agotado ahora el populismo, el régimen no logró cumplir su promesa fundamental de reducir la pobreza y promover la igualdad, salvo que inicie un proceso profundo de rectificación en lo económico que incluye abandonar la idea del capitalismo de Estado, para asumir la necesidad de un plan que estimule las inversiones a efecto de promover una cooperación entre el gobierno, la empresa privada y los sectores no gubernamentales.
Esto nos lleva a un segundo mito en el relato oficialista: la afirmación que sostiene que el chavismo se mantiene fuerte entre la clase trabajadora y los sectores populares, que no se basa en evidencias sólidas. El país no solamente está polarizado, sino se dividió en 2 fuerzas totalmente equivalentes en la elección presidencial de 2013 y también en las elecciones municipales del 8 de diciembre pasado –cuando la oposición ganó en 90 ciudades, entre ellas Barinas, en el estado natal de Chávez–. Además, estudios recientes publicados por Gallup muestran que 62% de los venezolanos cree que la economía está empeorando. El porcentaje de personas que afirman que su nivel de vida está mejorando cayó de 54% a 34%, mientras que en el caso de los que ven un deterioro en su nivel de vida el porcentaje subió de 11% a 33%. Este cambio dramático en las percepciones y expectativas de los sectores populares ha ocurrido precisamente durante el último año.
Finalmente, hay un tercer mito de la narrativa socioeconómica chavista que se pretende imponer al margen de una urgente rectificación: el discurso de la soberanía económica. Tres hechos apuntan en la dirección opuesta a esa afirmación. Primero la producción petrolera nacional ha caído desde 3.300.000 a 2.200.000 barriles diarios. Paralelamente, un tercio de la producción exportable está hoy comprometida, a futuro, en el pago de una enorme deuda externa contraída con China, que ya monta los 40.000 millones de dólares. Debido a esa hipoteca de nuestro futuro, y al hecho de que ahora dependemos casi totalmente de las exportaciones a Estados Unidos como fuente generadora de divisas, se ha conocido que el gobierno ha tenido que entrar en discusiones con la banca internacional para vender (o hipotecar) nuestras reservas internacionales en oro. Esto ocurre para poder sostener los pagos internacionales e importaciones frente a un creciente desabastecimiento, porque la producción nacional ha cedido al punto de que ya importamos hasta café, algo impensable en nuestra historia, pese a que el petróleo sigue cotizándose al excelente precio de 100 dólares por barril. ¿Podemos hablar de soberanía económica en estos términos?
¿Existe una salida a la crisis? Venezuela necesita un diálogo auténtico para lograr una rectificación económica muy profunda. Para que pensemos en la magnitud del compromiso, comencemos por evaluar el tema petrolero. Asunto fundamental para recomponer los desequilibrios en los cuales estamos, y a partir de allí, diversificar nuestra economía. La realidad es que sin ejecutar 6.000 millones de dólares en inversiones anuales para mantener los actuales niveles de producción, comenzaríamos a ver un declive de 15% adicional en la oferta exportable de crudo. Por otra parte, para aumentar nuestra producción petrolera de forma sostenida en 135.000 barriles diarios, y para retomar un volumen de producción de 3.500.000 barriles diarios en 2020 (nivel en el que nos encontrábamos en 1998), se necesitan 5.000 millones de dólares adicionales en inversión anual. En pocas palabras, Pdvsa requiere 11.000 millones de dólares en nuevas inversiones (adicionales a los 3.000 millones requeridos en la faja petrolífera del Orinoco) para que el país pueda retomar el camino en materia económica, y sostener los logros sociales de estos últimos años, pero ahora ofreciendo mayor calidad de vida y movilidad social.
Ese objetivo en materia petrolera, junto con los de recuperar el papel del Estado en la inversión en infraestructura, y el del sector privado en la producción industrial y agropecuaria del país son lo suficientemente exigentes como para permanecer secuestrados por la mitología socioeconómica del chavismo, en una calle ciega de conflictividad.
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