El Nacional, 13 de septiembre 2015
Esta semana, en la Conferencia de la Corporación Andina de Fomento, con la OEA y el Diálogo Interamericano, celebrada anualmente en Washington, se pasó revista a la situación política y económica de toda la región.
Quedó claro que, además de los ajustes económicos que está imponiendo la ralentización de la economía china, los modelos de crecimiento económico en toda Latinoamérica acusan exigencias en términos de inversión, emprendimiento e innovación, para garantizar la sustentabilidad de las conquistas sociales registradas en las últimas dos décadas. En promedio, el crecimiento de toda la región será moderado; y se impone revisar el diálogo comercial y económico intrarregional, así como las relaciones con Estados Unidos, para definir alternativas que aseguren la celeridad del crecimiento económico.
El segundo tópico que concentró la atención fue la nueva etapa en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Específicamente, las oportunidades y expectativas que este reencuentro genera, contrastadas con lo que es posible esperar en el corto y mediano plazo. En general, hay un prudente optimismo y, sin duda, Cuba parece encaminada a una nueva era histórica, en la que quedará atrás su dependencia del subsidio petrolero venezolano (precisamente cuando esa posibilidad ha quedado agotada por las realidades del mercado internacional y por la crisis de producción por falta de inversiones que enfrenta Pdvsa).
El tercer bloque temático lo planteó, en clave de preguntas, Moisés Naím al exitoso y reconocido experto regional Enrique Iglesias, cuya trayectoria en la diplomacia económica y los organismos multilaterales lo hace un experto de excepción del devenir de América Latina y de lo que cabe augurar en sus futuras relaciones con Estados Unidos. Naím le preguntó a Iglesias si se puede hablar de una “deriva autoritaria” en América Latina; cómo se podrá manejar la conflictividad política que resultaría de la difícil etapa de ajustes económicos que se avecina; y, finalmente, cómo abordar la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, dos flagelos que hacen estragos en muchos países de la región.
Iglesias, con la moderación que lo caracteriza y el largo alcance de sus ideas, respondió con un prudente optimismo. Le contestó a Naím que no veía una deriva autoritaria sino “experimentos autoritarios en la región”. Afirmó que la mayoría de los países han construido una capacidad estructural de abordar los ajustes económicos y pensar en alternativas... con contadas excepciones; y tercero, dijo que, para sorpresa de muchos, desde Brasil hasta Guatemala estamos viendo poderes judiciales que intentan responder institucionalmente al problema de la corrupción y la erosiva presencia del crimen organizado, reconociendo que hay algunas situaciones particularmente excepcionales y difíciles. Entre líneas, Iglesias asomaba una certeza: los experimentos y la excepcionalidad no son francamente sostenibles.
¿Quién representa el experimento, la excepción, lo lamentable en ese contexto? Allí quedó retratada la Venezuela de este régimen. Y es que, aun cuando casi todos los gobiernos de la región y sus líderes están enfrentado una crisis de popularidad o una caída en sus índices de aceptación, situaciones como las que provoca el gobierno de Maduro en la frontera con Colombia y la arbitraria condenatoria penal a Leopoldo López resultan simplemente inexplicables.
Allí convergen las grandes preguntas que se hacen América Latina y el mundo: ¿Cómo pudo Venezuela desperdiciar la generosa oportunidad que le ofreció la historia, en esta década de bonanza petrolera, y llegar a tal extremo de colapso económico? ¿Quién, en su sano juicio en la élite del gobierno, puede pensar que el escapismo radical ofrece una alternativa sostenible para el país y futuro para el movimiento político oficialista?
Para quienes no participamos de este gobierno y le hacemos oposición, así como para quienes lo observan desde el exterior, las respuestas son obvias. En su intervención, Moisés Naím preguntaba si cabría esperar una coalición de “gobiernos decentes” que pusiera freno, bajo el sistema interamericano, a ese brote de autoritarismo y corrupción que pretende imponerse sobre la realidad de su fracaso económico, en clara alusión a Venezuela.
A estas alturas, solo importa lo que se respondan, en la intimidad y siendo sinceros consigo mismos (y en función de sus propios intereses), quienes hasta hoy sostienen y hacen viable semejante absurdo histórico, sin producir una rectificación.
Entretanto, indignados frente a tanta arbitrariedad, a quienes encarnamos el futuro y la alternativa democrática en Venezuela, nos queda una única ruta: la construcción de una mayoría electoral. No importa cuán difíciles y adversas sean las condiciones. Un triunfo en las urnas sería el comienzo de algo diferente. Sería, por cierto, el fin del experimento autoritario del chavismo.
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